Hemos aprendido de la Biblia que la ley es para los transgresores - para los que no quieren hacer lo correcto sin la amenaza de castigo, y para los que siguen haciendo lo incorrecto a pesar de esa amenaza (1 Timoteo 1:9).

La Biblia menciona que un niño no es mejor que un esclavo en el sentido de que él o ella no tiene la libertad de tomar sus propias decisiones (Gálatas 4:1-3). Los padres deben utilizar normas (la ley) para los niños, para enseñarles a hacer lo correcto por las razones correctas. A medida que el niño madura, internaliza la norma y el espíritu detrás de la misma, por lo que él/ella puede aplicar los principios a otras situaciones y a otras áreas de su vida (Gálatas 3:24). Después el padre relaja en su énfasis con las reglas y puede dar simplemente consejos.

En nuestra comunidad la mayoría de nosotros somos adultos, físicamente, si no espiritualmente. Por eso, tratamos de no dar órdenes.

Queremos darles a todos la oportunidad de actuar como adultos y madurar espiritualmente. Sin embargo, algunas personas parecen tener la actitud de que, si son adultos, ellos no tienen que acatar el consejo, y que están, de hecho, demostrando su madurez al no hacerlo.

El consejo, por su propia naturaleza, no es una cosa que “debes” seguir. Es una cuestión de elección - lo mismo que la salvación. Pero la ironía de esto es que, cuando repetidamente decidimos no seguir el consejo de los ancianos y más experimentados, estamos demostrando que no somos maduros, y esto puede terminar situándonos en una posición donde tenemos que ser tratados por medio de la ley, o reglas. En otras palabras, retrocedemos a ser tratados como si siguiéramos siendo niños, porque seguimos comportándonos como niños.

La razón de la muerte de Jesús en la cruz, del nuevo pacto, y de que Dios se dirigió a los gentiles, fue que Dios estaba harto de los bebés rebeldes que se negaban a obedecerle, sin importar lo mucho que los bendijera. Él quiere que la gente lo siga porque eligen libremente hacerlo, incluso si eso significa que no logre que lo siga ni una sola persona. Pero esto significa que tenemos que disciplinarnos para tomar la decisión de ser obedientes, tal como lo hizo Jesús (Hebreos 5:8), si queremos ser cristianos.

Jesús tuvo todas las oportunidades que podemos imaginar que podríamos tener, de hacer lo suyo y de crear su propia forma de hacer las cosas. Pero él no lo hizo así. En cambio, Él fue obediente, y debido a eso él fue exaltado y se sienta en el trono de su Padre en el cielo.

Como no somos Jesús, nosotros no vamos a obedecer tan perfectamente como él lo hizo. Es por eso que tenemos la cruz de Cristo. Pero la cruz no está ahí para excusar nuestra desobediencia. Es lo que decimos cuando hablamos a los iglesianos que quieren trabajar en empleos seculares para comprar todo lo que quieren, y luego dicen que Jesús murió para perdonarlos por hacer lo suyo. Así que tal vez es el momento de aplicarlo a nosotros mismos. Algunas personas en nuestra propia comunidad tienen que progresar más allá del nivel de la gracia pervertida de la (in)madurez, y ver que la obediencia se aplica a nuestra vida entera. Es hora de renunciar a todo cada vez que nuestra voluntad asoma su cabeza fea en rebelión.

Así que, a lo que hemos llegado de nuevo, es que puedes optar por seguir el consejo, o que se te den órdenes. Pero ya que la ley es para los transgresores, puede que un día decidamos que no perteneces aquí. Por ahora, la elección es tuya.


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